sábado, 3 de abril de 2010

Juan Valera

Escritor español nacido en Cabra en el seno de una familia aristocrática venida a menos. Realizó estudios universitarios en Granada y Madrid. Entró en el servicio diplomático como acompañante del duque de Rivas, embajador en Nápoles, donde se dedicó a la lectura y al estudio del griego. Estuvo también en Portugal, Rusia, Brasil, Estados Unidos, Bélgica y Austria. En 1861 ingresó en la Real Academia Española. Escribió artículos periodísticos y ensayos, tales como Sobre el Quijote (1861) y Estudios críticos sobre literatura, política y costumbres de nuestros días (1864). Su talento de novelista, visible en la gracia del estilo, hecho de formas sencillas y de frases cortas, se revela en Pepita Jiménez (1873), Las ilusiones del doctor Faustino (1875), Doña Luz (1879) y Juanita la larga (1895). Valera es un escritor de difícil clasificación; atacó tanto el romanticismo como el realismo y el naturalismo. Consideró que el arte no tiene ningún objetivo, excepto servir a la belleza, crear arte, pero tampoco se adscribió a los movimientos claramente esteticistas de final de siglo como el -arte por el arte- o el simbolismo; elogió la obra de Rubén Darío pero tampoco se le puede considerar modernista. Murió en Madrid en 1905





Como se acercaba el día de San Isidro, multitud de gente rústica había acudido a Madrid desde las pequeñas poblaciones y aldeas de ambas Castillas, y aun de provincias lejanas.
Llenos de curiosidad circulaban los forasteros por calles y plazas e invadían las tiendas y los almacenes para enterarse de todo, contemplarlo y admirarlo.
Uno de estos rústicos entró por acaso en la tienda de un óptico en el punto de hallarse allí una señora anciana que quería comprar unas gafas. Tenía muchas docenas extendidas sobre el mostrador; se las iba poniendo sucesivamente, miraba luego en un periódico y decía:
-Con éstas no leo.
Siete u ocho veces repitió la operación, hasta que al cabo, después de ponerse otras gafas, miró en el periódico, y dijo muy contenta:
-Con éstas leo perfectamente.
Luego las pagó y se las llevó.
Al ver el rústico lo que había hecho la señora, quiso imitara, y empezó a ponerse gafas y a mirar en el mismo periódico; pero siempre decía:
-Con éstas no leo.
Así se pasó más de media hora; el rústico ensayó tres o cuatro docenas de gafas, y como no lograba leer con ninguna, las desechaba todas, repitiendo siempre:
-No leo con éstas.
El tendero entonces le dijo:
-¿Pero usted sabe leer?
-Pues si yo supiera leer, ¿para qué había de mercar las gafas?

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